Paz y alegría interna
Cuando a uno le reducen una fractura pasa un instante terrorífico, pero...¡Caramba, que alivio después! El bienestar tiene todo que ver con el estar bien, con la tranquilidad en el orden. Sin embargo cuántas veces las cosas no cuadran, ni a nuestro alrededor ni en nosotros mismos. ¿No será que existen fracturas de las que no somos conscientes?
Vemos en nuestro mundo muchos graves problemas; son indudables; pero...¡Por Dios bendito!...acaso no es indudable también que veo el cielo, los árboles, a mis seres queridos y que, después de todo, no soy tan tonto como pensaba. Hagamos cálculos: Si pretendo meter un edificio en dos planos se me derrumba; si no cuento con la vida eterna las cosas de esta vida pierden su alzado, porque la eternidad no es un futuro incierto e interminable sino un presente continuo, pletórico de sentido, que enhebra el tejido del tiempo. Además...¡vemos el tapiz al revés!: queremos que el mundo gire en torno a nosotros, cuando hemos de hacer justo lo contrario.
Sería pusilanimidad pasar el balón cuando estoy solo ante la portería, pero cometería una torpeza si intento un dificultoso gol cuando puedo centrar a otros compañeros que están en mejor posición. Este último error es mucho más frecuente. Vivir el trabajo o el paro con sencillez, abrocharme los zapatos con competencia, iniciar la aventura de ir a comprar un bonobús o acudir a la diálisis son cosas que, vividas con el realismo de un jilguero, me hacen volar hacia ramas más altas, desde las que se ven mejores y más claras perspectivas llenas de personas. Toda una cacofonía de ruidos, que gimen sobre la precariedad de la propia vida, resuenan en la conciencia del idealista adulto maltrecho. Tal hombre anda con la cabeza, muy débil pedestal –como afirmaba Chesterton-. El cristianismo nos ha dado un maravilloso volteo haciéndonos mirar al cielo y, de paso, nos ha puesto de pie. Ya que tenemos un error original que nos lleva de cabeza, se nos entrega el GPS de la humildad para ver las cosas como realmente son.
Cuando vemos a un abuelito querido que sufre o ha perdido la cordura sentimos compasión y pena, pero sabemos que no estamos hechos para vivir doscientos años. Si nos enteramos de un joven conocido que ha perdido la vida con veinte años notamos el desgarrón del drama. Pero lo dramático no es lo espantoso. Lo dramático tiene un sentido misterioso que se relaciona con el amor y la providencia. Lo espantoso es vivir como si fuera imposible morir con veinte años: esa vida sería ilusoria. Pues bien: de momento vivimos...¡Que sea por mucho tiempo! Un tiempo maravilloso para entusiasmarnos con esas cosas sencillas que traman nuestra vida y que desde el ángulo cristiano –el ángulo inteligente- se convierten en fragua de paz y de alegría. Una serenidad y una dicha desde la que se pueden curar muchas fracturas, pequeñas y grandes.
José Ignacio Moreno Iturralde
Vemos en nuestro mundo muchos graves problemas; son indudables; pero...¡Por Dios bendito!...acaso no es indudable también que veo el cielo, los árboles, a mis seres queridos y que, después de todo, no soy tan tonto como pensaba. Hagamos cálculos: Si pretendo meter un edificio en dos planos se me derrumba; si no cuento con la vida eterna las cosas de esta vida pierden su alzado, porque la eternidad no es un futuro incierto e interminable sino un presente continuo, pletórico de sentido, que enhebra el tejido del tiempo. Además...¡vemos el tapiz al revés!: queremos que el mundo gire en torno a nosotros, cuando hemos de hacer justo lo contrario.
Sería pusilanimidad pasar el balón cuando estoy solo ante la portería, pero cometería una torpeza si intento un dificultoso gol cuando puedo centrar a otros compañeros que están en mejor posición. Este último error es mucho más frecuente. Vivir el trabajo o el paro con sencillez, abrocharme los zapatos con competencia, iniciar la aventura de ir a comprar un bonobús o acudir a la diálisis son cosas que, vividas con el realismo de un jilguero, me hacen volar hacia ramas más altas, desde las que se ven mejores y más claras perspectivas llenas de personas. Toda una cacofonía de ruidos, que gimen sobre la precariedad de la propia vida, resuenan en la conciencia del idealista adulto maltrecho. Tal hombre anda con la cabeza, muy débil pedestal –como afirmaba Chesterton-. El cristianismo nos ha dado un maravilloso volteo haciéndonos mirar al cielo y, de paso, nos ha puesto de pie. Ya que tenemos un error original que nos lleva de cabeza, se nos entrega el GPS de la humildad para ver las cosas como realmente son.
Cuando vemos a un abuelito querido que sufre o ha perdido la cordura sentimos compasión y pena, pero sabemos que no estamos hechos para vivir doscientos años. Si nos enteramos de un joven conocido que ha perdido la vida con veinte años notamos el desgarrón del drama. Pero lo dramático no es lo espantoso. Lo dramático tiene un sentido misterioso que se relaciona con el amor y la providencia. Lo espantoso es vivir como si fuera imposible morir con veinte años: esa vida sería ilusoria. Pues bien: de momento vivimos...¡Que sea por mucho tiempo! Un tiempo maravilloso para entusiasmarnos con esas cosas sencillas que traman nuestra vida y que desde el ángulo cristiano –el ángulo inteligente- se convierten en fragua de paz y de alegría. Una serenidad y una dicha desde la que se pueden curar muchas fracturas, pequeñas y grandes.
José Ignacio Moreno Iturralde
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