Dignidad humana

21.2.09

Autonomía radical y espíritu de la colmena

Lo dijo un sabio:”Quien es maestro de sí mismo es discípulo de un asno”. A partir de aquí podemos reflexionar o rebuznar. Sin menosprecio al atávico bramido del pollino preferimos pensar.

Después de ver las películas de superhéroes puede uno intentar hacer una modesta imitación de gran interés para el bien común: la carcajada general. Pero quizás hay algo más productivo: pasarlo bomba viendo la película y reírse un poco del superhéroe.

La autonomía es buena desde la perspectiva adecuada: su dimensión insertada en la naturaleza humana. No sé si es progresista o no tomar café por la oreja o andar con las manos; pero debe ser antipático. La sexualidad masculina tiene bastante que ver con la paternidad y la genética X-X con la feminidad. Alzarse en armas contra uno mismo es algo así como una mala sombra que quisiera hacernos daño.

Dios perdona siempre, el hombre algunas veces, la naturaleza nunca. Si nuestra libertad ataca a nuestra naturaleza física o moral se ataca a sí misma y nuestro yo real se rebelará, más tarde o más temprano, contra nuestro yo ideológico. Si entramos en años –no tantos- y la biología declina, la autonomía pierde humos. Si nuestra vida es una carrera hacia ninguna parte acabaremos agotados y, lo que es peor, solos. Cuando se vive sin miedo a Dios ni al diablo se acaba por encontrar el fruto amargo del egoísmo: la tristeza. Es entonces cuando, al carecer de un sentido humano y cordial de la vida con muchos de nuestros semejantes, se llega a caer en las suaves y herméticas tenazas de un estado que desde la democracia, pasando por la demagogia, termina ejerciendo actitudes dictatoriales. Podemos acabar como abejas aburridas y aturdidas por la rutinaria y férrea disciplina del Estado colmena.

Algunas familias alternativas se basan solo en el gusto; no en la naturaleza. Por eso son volátiles, libertariamente desarraigadas del suelo del hogar y del árbol de la vida. Sin familia y sin hijos el hombre acaba siendo un siervo mudo del estado. Ante todo esto Chesterton habló muy claro en consejo de esfuerzo cívico, no de violencia: “Si queremos salvar la familia hemos de revolucionar la nación”. Pero antes hemos de revolucionarnos contra nuestra falsa autonomía y aceptar con prudencia y valentía nuestra propia vida –excluyendo injusticias inaceptables-. En tal aceptación, según Hegel y el portero de mi casa , radica la felicidad humana.


José Ignacio Moreno Iturralde