Tomismo y juventud-II
Tomás de Aquino estaba vitalmente a favor de que el mundo era bueno y el hombre muy bueno –cuando quiere-. El mundo se le presentaba como un inmenso videojuego real del que había que desentrañar miles de misterios y posibilidades. Creía firmemente en que “la verdad os hará libres”(Jn 8,32), y por este motivo no tuvo ningún escrúpulo en aceptar la verdad viniera de quien viniera. Cita constantemente y sin ningún temor de heterodoxia a Aristóteles, quien no fue cristiano – hace XXV siglos no era asequible serlo, al menos explícitamente- y a otros autores paganos, ante el recelo y desconcierto de algunas autoridades académicas de su época.
Investigó apasionadamente la verdad de la realidad con la misma ilusión que los buscadores de oro. Tenía una firme convicción en que la razón humana estaba adecuada a la verdad de la realidad, al mismo tiempo que se daba cuenta de que el mundo era mucho más grande que nuestra inteligencia. Creyó y entendió, como con posterioridad Chesterton afirmaría, que toda la lógica pende de un gran misterio. Por este motivo, además de demostrar de modo notorio, metódico y lógico la existencia de una primera causa trascendente al mundo, a través de cinco sesudas vías, encajó magistralmente la razón y la fe; la Filosofía y la Teología, con la ayuda de Dios. Como si de un arco románico se tratara vislumbró que la verticalidad del mundo se completaba y adquiría sentido con la cúpula del cielo, haciendo del mundo un hogar.
Desentrañó millares de sofismas con la pura razón siendo extremadamente caballeroso con las personas que habían expuesto errores, con una excepción: llamó a David de Dinant “stultissimus” –algo así como tonto del bote- por afirmar que Dios –el ser supremo- se identificaba con la materia prima –la pura indeterminación-.
José Ignacio Moreno Iturralde
Investigó apasionadamente la verdad de la realidad con la misma ilusión que los buscadores de oro. Tenía una firme convicción en que la razón humana estaba adecuada a la verdad de la realidad, al mismo tiempo que se daba cuenta de que el mundo era mucho más grande que nuestra inteligencia. Creyó y entendió, como con posterioridad Chesterton afirmaría, que toda la lógica pende de un gran misterio. Por este motivo, además de demostrar de modo notorio, metódico y lógico la existencia de una primera causa trascendente al mundo, a través de cinco sesudas vías, encajó magistralmente la razón y la fe; la Filosofía y la Teología, con la ayuda de Dios. Como si de un arco románico se tratara vislumbró que la verticalidad del mundo se completaba y adquiría sentido con la cúpula del cielo, haciendo del mundo un hogar.
Desentrañó millares de sofismas con la pura razón siendo extremadamente caballeroso con las personas que habían expuesto errores, con una excepción: llamó a David de Dinant “stultissimus” –algo así como tonto del bote- por afirmar que Dios –el ser supremo- se identificaba con la materia prima –la pura indeterminación-.
José Ignacio Moreno Iturralde
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