¿Qué es eso de amar?-II
Mucha gente que estamos muy vivos recordamos y vivimos con simpatía las entrañables y misteriosas Noches de Reyes Magos donde pensamiento y realidad casi se identificaban. También hemos visto a familiares con cucuruchos de colores en la cabeza, rodeados con mesas llenas de hamburguesas, ketchup, patatas fritas y bebidas refrescantes en fiestas de cumpleaños. Las clases medias hemos dado mucho de sí en esto de celebrar la vida con manteles de colores, matasuegras e idas y venidas a las casas de los primos y los tíos.
En recientes tiempos bárbaros los chavales escalábamos riscos y nos zambullíamos en aguas pantanosas a la búsqueda de sapos e, incluso, osábamos pasárnoslo bomba yendo a cazar jilgueros, sin la más mínima intuición de delito ecológico. Hoy se desea no estropear la naturaleza; salvo la de los propios chavales tomando alucinógenos en las discotecas, y la de las chicas recibiendo peligrosas descargas hormonales tras la correcta ingesta de la píldora del día después; dispensada benéficamente por algunas autoridades públicas.
No hacemos ahora un planteamiento desencantado porque queremos celebrar la vida y somos partidarios de la encarnación del amor... ¿Quiénes? Muchos amigos y yo. Son los avaros los que se desencantan: el egoísmo no produce la vida sino el hieratismo frío e inerte de las monedas. Los que sólo se apacientan de sexo no quieren la encarnación porque el solo sexo ya es carne; eso si: sin vida, sin vida personal.
Con una lógica demencial se extiende la idea del preservativo como una suerte de remedio mágico tratando a los jóvenes como si tuvieran mentes inferiores a las bovinas y espíritus que desmerecerían de un honesto mandril. No pueden entender algunas autoridades partidarias de la sima mental y la depresión que, como decía Chesterton, la pureza es el mejor ambiente para la pasión. No alcanzan a concebir la idea de la concepción como un amor que se hace pureza y, por eso, vida. No pueden entender estos prosélitos de la esterilidad que la vida es algo mucho más grande que ellos mismos. Parecen desconocer que por encima de la calidad de vida está la vida de calidad –como afirmaba el profesor Antonio Ruiz Retegui- y, por esto, el esfuerzo, el autocontrol, e incluso el dolor puede tener un sentido profundo en la biografía humana.
José Ignacio Moreno
En recientes tiempos bárbaros los chavales escalábamos riscos y nos zambullíamos en aguas pantanosas a la búsqueda de sapos e, incluso, osábamos pasárnoslo bomba yendo a cazar jilgueros, sin la más mínima intuición de delito ecológico. Hoy se desea no estropear la naturaleza; salvo la de los propios chavales tomando alucinógenos en las discotecas, y la de las chicas recibiendo peligrosas descargas hormonales tras la correcta ingesta de la píldora del día después; dispensada benéficamente por algunas autoridades públicas.
No hacemos ahora un planteamiento desencantado porque queremos celebrar la vida y somos partidarios de la encarnación del amor... ¿Quiénes? Muchos amigos y yo. Son los avaros los que se desencantan: el egoísmo no produce la vida sino el hieratismo frío e inerte de las monedas. Los que sólo se apacientan de sexo no quieren la encarnación porque el solo sexo ya es carne; eso si: sin vida, sin vida personal.
Con una lógica demencial se extiende la idea del preservativo como una suerte de remedio mágico tratando a los jóvenes como si tuvieran mentes inferiores a las bovinas y espíritus que desmerecerían de un honesto mandril. No pueden entender algunas autoridades partidarias de la sima mental y la depresión que, como decía Chesterton, la pureza es el mejor ambiente para la pasión. No alcanzan a concebir la idea de la concepción como un amor que se hace pureza y, por eso, vida. No pueden entender estos prosélitos de la esterilidad que la vida es algo mucho más grande que ellos mismos. Parecen desconocer que por encima de la calidad de vida está la vida de calidad –como afirmaba el profesor Antonio Ruiz Retegui- y, por esto, el esfuerzo, el autocontrol, e incluso el dolor puede tener un sentido profundo en la biografía humana.
José Ignacio Moreno
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