La Universidad y sus valores
Ignacio Sánchez Cámara (En La Gaceta; 10. I.07)
El Gobierno se dispone a asestarle otro golpe, acaso de gracia, a la universidad española. La nueva ley se tramita ya en el Senado. En su Exposición de Motivos, contiene este párrafo: “Esta ley no olvida el papel de la universidad como transmisor esencial de valores. El reto de la sociedad actual para alcanzar una sociedad (sic) tolerante e igualitaria, en la que se respeten los derechos y libertades fundamentales y de igualdad entre hombres y mujeres, debe alcanzar, sin duda, a la universidad. Esta ley impulsa la respuesta de las universidades (sic) a este reto a través no sólo de la incorporación de tales valores como objetivos propios de la universidad y de la calidad de su actividad, sino mediante el establecimiento de sistemas que permitan alcanzar la paridad en los órganos de representación y una mayor participación de la mujer en los grupos de investigación. Los poderes públicos deben remover los obstáculos que impiden a las mujeres alcanzar una presencia en los órganos de Gobierno de las universidades y en el nivel más elevado de la función pública docente e investigadora acorde con el porcentaje que representan entre los licenciados universitarios [cuidado, no se ahoguen]. Además, esta reforma introduce la creación de programas específicos sobre la igualdad de género, de ayuda a las víctimas del terrorismo y el impulso de políticas activas para garantizar la igualdad de oportunidades a las personas con discapacidad”.Pido disculpas al generoso lector por la calidad de la extensa cita, que toda ella bien podría ir epilogada por un inmenso y sorprendido “sic”, pero creo que merece la pena (nunca mejor dicho) reproducirla. De conformidad con el descarriado texto citado, la Disposición Adicional Duodécima crea las “unidades de igualdad” (más sic): “Las universidades contarán entre sus estructuras de organización con unidades de igualdad para el desarrollo de las funciones relacionadas con el principio de igualdad entre mujeres y hombres”. La torva sombra de la discriminación positiva (ellos, prisioneros del eufemismo, prefieren hablar de “acción positiva”) planea sobre el engendro. Que la legislación promueva la igualdad de oportunidades y remueva las desigualdades injustas entre hombres y mujeres, pero que deje a la universidad en paz y sosiego. Es acaso sólo un detalle que proclama el espíritu que anima la nueva reforma. No creo que la universidad deba encarnar otros valores que los que favorecen la adquisición de los hábitos de estudio: el talento, la excelencia, la lectura silenciosa, la disciplina, la probidad intelectual, la búsqueda de la verdad. Todo lo demás, por bueno que pueda ser, le es enteramente ajeno. Y no ya ajeno, sino opuesto y letal le resultan la politización, la mediocridad, el igualitarismo, el multiculturalismo, el relativismo, el feminismo (por supuesto, también el “masculinismo”), la deconstrucción y otras malas hierbas seudoacadémicas. Estos aprendices filototalitarios de ingeniería social no quieren dejar ningún ámbito social sin ser sectariamente manipulado y prostituido. Ni siquiera las universidades, lugares de estudio y templos del saber. La verdad es que la ciencia es dogmática y poco tolerante, y la función docente, aristocrática. Ni siquiera la igualdad de oportunidades ha de ser objetivo de las universidades sino, en general, de la sociedad.Todos los errores legislativos, viejos y nuevos, provienen de uno profundo y radical: el desprecio a la misión sagrada de la universidad, institución de la inteligencia, que no es otra que la transmisión de la cultura y la educación superiores. Al parecer, ya no les basta con la demolición del Bachillerato y la manipulación de la Educación para la Ciudadanía, que, entre otras cosas, pretende inculcar en los escolares las técnicas del diálogo y la negociación, en lugar de adiestrarles en la adquisición de los hábitos de estudio que les facilite alcanzar el conocimiento más alto que les permitan su capacidad y su esfuerzo. También aspiran a tomar la ciudadela sitiada de la universidad. Acaso entonces ya no quede vestigio alguno de autoridad espiritual que pueda oponerse a su omnímodo poder, liberado así del más eficaz de sus controles: el espíritu crítico de los hombres mejores.
El Gobierno se dispone a asestarle otro golpe, acaso de gracia, a la universidad española. La nueva ley se tramita ya en el Senado. En su Exposición de Motivos, contiene este párrafo: “Esta ley no olvida el papel de la universidad como transmisor esencial de valores. El reto de la sociedad actual para alcanzar una sociedad (sic) tolerante e igualitaria, en la que se respeten los derechos y libertades fundamentales y de igualdad entre hombres y mujeres, debe alcanzar, sin duda, a la universidad. Esta ley impulsa la respuesta de las universidades (sic) a este reto a través no sólo de la incorporación de tales valores como objetivos propios de la universidad y de la calidad de su actividad, sino mediante el establecimiento de sistemas que permitan alcanzar la paridad en los órganos de representación y una mayor participación de la mujer en los grupos de investigación. Los poderes públicos deben remover los obstáculos que impiden a las mujeres alcanzar una presencia en los órganos de Gobierno de las universidades y en el nivel más elevado de la función pública docente e investigadora acorde con el porcentaje que representan entre los licenciados universitarios [cuidado, no se ahoguen]. Además, esta reforma introduce la creación de programas específicos sobre la igualdad de género, de ayuda a las víctimas del terrorismo y el impulso de políticas activas para garantizar la igualdad de oportunidades a las personas con discapacidad”.Pido disculpas al generoso lector por la calidad de la extensa cita, que toda ella bien podría ir epilogada por un inmenso y sorprendido “sic”, pero creo que merece la pena (nunca mejor dicho) reproducirla. De conformidad con el descarriado texto citado, la Disposición Adicional Duodécima crea las “unidades de igualdad” (más sic): “Las universidades contarán entre sus estructuras de organización con unidades de igualdad para el desarrollo de las funciones relacionadas con el principio de igualdad entre mujeres y hombres”. La torva sombra de la discriminación positiva (ellos, prisioneros del eufemismo, prefieren hablar de “acción positiva”) planea sobre el engendro. Que la legislación promueva la igualdad de oportunidades y remueva las desigualdades injustas entre hombres y mujeres, pero que deje a la universidad en paz y sosiego. Es acaso sólo un detalle que proclama el espíritu que anima la nueva reforma. No creo que la universidad deba encarnar otros valores que los que favorecen la adquisición de los hábitos de estudio: el talento, la excelencia, la lectura silenciosa, la disciplina, la probidad intelectual, la búsqueda de la verdad. Todo lo demás, por bueno que pueda ser, le es enteramente ajeno. Y no ya ajeno, sino opuesto y letal le resultan la politización, la mediocridad, el igualitarismo, el multiculturalismo, el relativismo, el feminismo (por supuesto, también el “masculinismo”), la deconstrucción y otras malas hierbas seudoacadémicas. Estos aprendices filototalitarios de ingeniería social no quieren dejar ningún ámbito social sin ser sectariamente manipulado y prostituido. Ni siquiera las universidades, lugares de estudio y templos del saber. La verdad es que la ciencia es dogmática y poco tolerante, y la función docente, aristocrática. Ni siquiera la igualdad de oportunidades ha de ser objetivo de las universidades sino, en general, de la sociedad.Todos los errores legislativos, viejos y nuevos, provienen de uno profundo y radical: el desprecio a la misión sagrada de la universidad, institución de la inteligencia, que no es otra que la transmisión de la cultura y la educación superiores. Al parecer, ya no les basta con la demolición del Bachillerato y la manipulación de la Educación para la Ciudadanía, que, entre otras cosas, pretende inculcar en los escolares las técnicas del diálogo y la negociación, en lugar de adiestrarles en la adquisición de los hábitos de estudio que les facilite alcanzar el conocimiento más alto que les permitan su capacidad y su esfuerzo. También aspiran a tomar la ciudadela sitiada de la universidad. Acaso entonces ya no quede vestigio alguno de autoridad espiritual que pueda oponerse a su omnímodo poder, liberado así del más eficaz de sus controles: el espíritu crítico de los hombres mejores.