Dignidad humana

1.10.06

Familia y educación

“Un señor que no conozco me enseña una cosa que no quiero”; Chesterton sabía ser conspicuo e incisivo. Esa frase tiene que ver con el núcleo de la cuestión. En España hay quienes pretenden que la escuela haga las veces de la familia, porque no creen en la familia sino en el Estado. Son personajes que tienden a confundir lo privado con lo público. No comprenden que la única institución que es capaz de conjugar libertad con igualdad, potenciando a ambas, es la familia. Porque la familia es libre y necesaria, la escuela es necesariamente libre. La humanidad sólo existe en rostros humanos, especial y comprometedoramente cercanos. El rostro de mamá no puede ser superado por el de la directora del Instituto. El rostro de papá no puede ser olvidado por el del joven profesor de educación física.

Desde la familia, fortaleza de virtudes y de seguridad interior, el chaval se lanza seguro a la conquista del mundo con sus dudas y fragilidades propias de su condición; con la pureza y el empuje de la juventud. El citado escritor también afirmaba que “el hombre no es una evolución sino una revolución”. Es paradójico que personajes amamantados en el marxismo no entiendan esta idea. La verdadera revolución es la familia y hay muchos que todavía no se han enterado. Por eso la familia extiende su revolución contratando libremente el colegio que mejor desea para sus hijos: astronautas del nuevo mundo, portadoras de la moda con más estilo.

Desde la libertad el profesor transmite sabiduría; preceptúa hacia los dogmas de los polos magnéticos, de la circulación sanguínea y de las reglas de ortografía; secunda la paternidad. Pero si se llama totalitarismo a la precisión del cálculo infinitesimal e intolerancia al estudio de las virtudes cardinales, no se podrá enseñar. El objetivo de la enseñanza no son los alumnos, tampoco es el profesor: ¡Es el mundo! Mirando hacia fuera de nosotros mismos es como padres, profesores y alumnos colaboramos en la tarea común e indirecta de enseñar...De enseñar las verdades de la vida, con todas nuestras limitaciones y parcialidades. Son las realidades del mundo las que sientan las bases de la autoridad: de la autoridad paterna y docente; del respeto a los hijos y a los alumnos.

Si no respetamos la primacía del derecho a los padres a enseñar no tendremos nada que enseñar porque no miramos la realidad, sino ideologías deprimidas que se visten de revolucionarias, que ladran porque tienen miedo del hombre y de su libertad.



José Ignaio Moren Iturralde