Dignidad humana

25.9.06

Socialismo, liberalismo y familia

Un problema serio del socialismo es su incapacidad para distinguir con precisión entre lo privado y lo público. Los socialistas promueven lo público y recelan de la iniciativa privada; sobre todo respecto de las consecuencias ideológicas o económicas que pueda traer consigo. El socialismo pretende ante todo la igualdad.

El liberalismo dispara la iniciativa privada porque sabe que es así como “funciona” la economía de un país, aunque algunos se queden en el camino. La hipoteca social solidaria es vista más bien como estética, pero no como un pilar nuclear del modo de gobernar: la ayuda al marginado no suele ser rentable. El liberalismo anima a la creatividad del capital.

Chesterton observó con agudeza que tanto el socialismo estatalizante como el liberal capitalismo convulsivo tenían un enemigo común: la familia. Hacia 1930 no hacía falta definir lo que es la familia; ahora sí: un padre, una madre y sus hijos. La familia es el lugar privilegiado para apreciar a cada uno de sus miembros por sí mismo, por lo que es y no por lo que vale. La familia es mucho más profunda que el socialismo porque en ella se llega, por una exigencia libre, a la solidaridad más plena. Además, la familia es inmensamente más libre que el liberalismo porque en el ámbito familiar la libertad está finalizada y realizada por el amor. Ya dijo Unamuno: “libertad, grita el esclavo; el hijo canta amor”. Los enemigos de la familia lo son también del hombre mismo.

Pienso que el socialismo y el liberalismo coinciden, salvando honrosísimas excepciones, en que tienen una raíz materialista; más naturalista en el primero y más codiciosa en el segundo. Ambos concuerdan actualmente en plantear modelos alternativos de familia porque lo que no soportan ninguno de los dos es el libre compromiso de por vida con la persona a la que se ama verdaderamente y , por tanto, fructíferamente.

Lo incuestionable es que la familia, en su definición primigenia, es la que mejor soporta las cargas sociales y la que, en estricta justicia distributiva, mayor atención y desvelo del Estado debería obtener. En el siglo XXI estamos muy lejos de que esto se haga realidad.

Si un gobierno quiere fomentar la igualdad lo que debe fomentar es la familia estable, no la ingeniería social. Si otro gobierno pretende encumbrar la iniciativa, que ayude a fomentar la mejor de todas: la familia. Una sociedad en la que hay más vida familiar es necesariamente más justa y más libre. Pero hoy la familia está siendo desnaturalizada por la fuerza de políticas y economías de agudo materialismo. Pienso que la solución más directa en la que se divisa esperanza es el propio ejemplo y el asociacionismo familiar actuando pública y democráticamente.


José Ignacio Moreno Iturralde