Dignidad humana

25.9.06

Nuestros mayores

Desde hace seis años tengo mucha relación con el mundo de las residencias de ancianos. Mi padre es octogenario y viudo; tan sólo con un hijo, que soy yo. Con frecuencia me pregunto si debo tenerlo allí y pienso que no hay más remedio. Durante este lustro hemos pasado por seis residencias –todas ellas privadas-. La experiencia ha sido buena, en general. Son muchos los familiares que hacen visitas con frecuencia a su madre o padre internado y esto, no cabe duda, es un deber. Nuestros mayores, especialmente los que no se pueden valer por si mismos, son personas –por lo general- con muchas necesidades físicas, psíquicas y afectivas. Por esto no deja de ser duro, en mi opinión, que existan estas residencias donde hay una gran cantidad de personas tan necesitadas y que reclaman una dosis de atención y cuidados para un personal sanitario que debe tener una paciencia a prueba de bomba.

Con motivo de esto pensaba, simplificando mucho, en dos tipos de actitudes humanas. La primera basada en la entrega fiel en el matrimonio abierto a la vida. La segunda guiada por unos planes prioritariamente personales, muy conservadores a la hora de comprometerse y muy poco prolíficos en cuanto a tener hijos. Con todas las salvedades que existan, la primera actitud es la que más asegura una ancianidad relativamente feliz donde la persona encuentra el cariño y el respeto de la familia que ha fundado y a la que ha entregado toda su vida. En este caso es muy probable que ni siquiera haga falta que ingresen en una residencia de un modo definitivo; existe además la interesante modalidad de centros de día que atienden a los mayores durante unas horas. La segunda actitud, la del no compromiso matrimonial, considero que está generando un cierto individualismo insano para la persona y para la sociedad. Desde esta última posición se está gestando una sociedad de personas quizás muy comunicadas, pero tal vez bastante solas. En España se promueve hoy el divorcio rápido, el aborto y ya comienzan a surgir guiños a la eutanasia. La escalada del individualismo está generando una sociedad cada vez más geriátrica donde los futuros abuelos se van a ver más solos que la una.

La vejez tiene que ser una etapa de especial dignidad, de final de carrera: pienso ahora en la vida de Juan Pablo II. Es inhumano marginar a los mayores por sus limitaciones y por la generosidad que, en justicia, nos demandan. La familia es la única sabia inversión para vivir, con las virtudes que esto conlleva, y para morir, si fuera posible en casa: con mi Dios y mi familia.


José Ignacio Moreno Iturralde