Dignidad humana

25.9.06

La vida humana, entre el utilitarismo o la creación

En toda la problemática del derecho a la vida del no nacido subyace, en mi opinión, una cuestión profunda. No hablo de casos aislados –todos son importantes- sino de una tendencia que desde los años 60 del siglo pasado se ha cobrado muchos millones de vidas humanas no nacidas. Si se considera la vida desde una idea puramente evolucionista, material y utilitaria el derecho a abortar cobra pleno sentido. El derecho a vivir mi propia vida como me de la gana prevalece sobre las consecuencias de un tipo de conductas. El embrión, feto o nasciturus será una cosa del cuerpo de la mujer de la que ella puede disponer según su parecer. Esta autonomía les parece inalienable a los defensores de los derechos de la mujer, partidarios del aborto. El intrauterino es considerado como un producto puramente corporal y desechable. A esto se añaden las técnicas de fecundación in vitro por las que se producen hombres; así el hombre se convierte en objeto de producción; empieza a formar parte de una cadena de mercado donde hay mucho dinero en juego. Miles son los embriones que quedan en la cuneta y, para ser prácticos, utilicémoslos como material de investigación.

Muy distinta es una concepción de la vida basada en la creación donde el respeto a la naturaleza y especialmente a la humana cobra una sacralidad y una dignidad eminente. Un cosmos creado, una vida regalada, con todas sus limitaciones, supone una perspectiva de gratitud, de acogida incondicionada, de solidaridad alegre en la entrada a la gran aventura de nacer, de alegría. En esta visión ninguna vida humana, en el estado en que se encuentre, es irrelevante. Entramos en el universo de las personas, donde cada una –de algún modo- representa a las demás. Es la perspectiva del hogar, de la familia, del amor aceptado y fecundo. Se trata de un amor verdadero porque hace ser mejor a las personas que lo viven. Tal mundo está siendo hoy amenazado como nunca había sucedido en la historia humana. Se tilda de aburrido y sacrificado. Pero es el único mundo que merece la pena ser llamado humano, el único mundo lleno de paz porque en él la persona está en armonía consigo misma y con la creación y por eso puede ser auténticamente libre y dichosa.


José Ignacio Moreno Iturralde