Dignidad humana

25.9.06

El espíritu de la vida

La cultura de la vida nace del respeto y de la benevolencia con las personas. La cultura de la muerte, de hecho, se nutre del odio a los demás. Tras varios años siguiendo con más empeño la actualidad sobre la defensa de la vida humana pienso que la causa del egoísmo –la causa de la muerte- nos puede inducir a un error fatal: el odio, de hecho, no ante los asesinatos sino ante los asesinos de niños. Enamorarse de los ideales, incluso del ideal pro-vida, me produce desconfianza porque lo que verdaderamente se ama son las personas concretas. La cultura de la vida no puede nacer del resentimiento y el ajuste de cuentas aunque deba exigir una reimplantación de la justicia.

La mayoría de los actos admirables y estimulantes de la vida no serán hoy objeto de los titulares de prensa, ni de los espacios televisivos, ni de las páginas web. Quedarán en la discreta conversación entre un abuelo y su nieta o en el indiscreto y certero consejo de un alumno a su profesor. Ignorar vitalmente estas cosas infinitas, personales y cotidianas, u olvidar la gratuidad de un nuevo día de existencia son despistes mezquinos desde los que no se puede edificar una cultura de la vida.

Por otra parte las cifras mundiales de abortos provocados, el horror de las guerras, la congelación de embriones humanos, las campañas internacionales anticonceptivas y, tal vez lo más doloroso, los actos cínicos que aprueban estas barbaridades –impregnadas con frecuencia de mucho dinero- son de tal repugnancia que un corazón humano noble no las puede asimilar. Pero el corazón humano no ha hecho la vida.

Estados Unidos podría jugar ahora un papel crucial a favor del respeto a la vida del concebido y aún no nacido; muchos esperamos que sea así. Sin embargo Europa –destacando en este triste momento España- se vuelve contra sus propios orígenes con legislaciones que agravian la dignidad del matrimonio y la sacralidad de la vida humana. Ante este acoso y derribo suicida no se puede permanecer impasible con la mediocridad de los cobardes. Desde el lugar y profesión que uno ocupe, todo hombre y mujer de bien –estoy convencido de que hay muchísimos- puede y debe hacer todo lo posible por generar ambiente de auténtica y digna vida humana. Además, cuadros expertos de profesionales se esfuerzan a diario por hacer una organización más eficaz al servicio de la defensa de la vida; nunca se lo agradeceremos bastante.

A pesar de lo dicho antes, la defensa de la vida puede parecernos un mero de testimonio de dignidad poco eficaz frente a un gigante mundial con las manos llenas de capital y los pies encharcados en sangre. El cúmulo de noticias nefastas van sembrando la cizaña del desaliento y nuestro pulso vital puede irse apagando. Este es otro error monumental: no darse cuenta de que la debilidad del niño asesinado es infinitamente más fuerte que el poder de las clínicas abortistas cuyos cimientos son de niebla siniestra. La inocencia no puede morir definitivamente porque es la bandera inmortal de la naturaleza humana y aunque nuestra paradójica condición se vuelva contra sí misma no se puede autodestruir totalmente, del mismo modo que no se autocreó.

Conviene meditar en qué consiste el ambiente de la vida. Pienso que el espíritu de la vida no es otro que el del genuino hogar. Es un espíritu vigoroso y enamorado, tierno y enérgico, comprensivo, divertido y, ante todo, victorioso. Si muchos abortistas lo entendieran y asimilaran llorarían de felicidad durante días enteros; al ver como empieza a iluminarse y a palpitar su espíritu de cartón. La vida no es un episodio de la muerte; la muerte si es un episodio de la vida. No hicieron las tinieblas la luz; sino la luz las tinieblas. Nerón, Hitler y toda la caterva de tiranos que han poblado y pueblan la tierra pasaron y pasarán con pena y sin gloria. Sin embargo la vida humana renace todos los días entre sus dudas y esperanzas, entre sus miedos y alegrías. Porque el espíritu de la vida es lo permanente; el que es. Por este motivo prevalece el ser y no la nada.

La buena metafísica en la cuna de una antropología entrañable; volvamos de nuevo a ella.Un hombre puede haber sido profundamente imbécil y, sin embargo, muy querido; cuando él se percate de esto renacerá a la vida. Quizás no descubra que ha sido amado; lo que sin duda descubrirá es que ha sido un imbécil. Por este motivo considero que el auténtico reto para la vida es la reforma del propio corazón. La capacidad de querer a la gente, con sus grandezas y miserias; la posesión de un espíritu apto para disfrutar y ser feliz; el sentido práctico de la propia existencia y el buen humor –tan relacionado con el buen amor-, no son sólo consignas de un libro de autoayuda. Se trata de realidades hechas vida por personas muy queridas que tal vez nos dejaron ya en este mundo, pero cuyo espíritu vive y ha inspirado estas palabras y otras mucho mejores que se puedan escribir.


José Ignacio Moreno Iturralde