Dignidad humana

25.9.06

Lo romántico y la familia

Hoy se oye poco la palabra romántico. Puede sonarnos a un enamoramiento sorpresa, a una sorpresa cursi, o a dar la vida por un ideal; cosa que para algunos es una provocadora sorpresa. Pensaba referirme a este último significado.

Cuando se busca el bien, en vez de sólo evitar el mal; cuando se sigue la pista a una verdad, en vez de limitarse a detectar mentiras, se desencapotan las nubes y se abre una panorámica por la que avanzar. Cualquier cosa que hace el protagonista de una película para rescatar a su hija secuestrada es algo romántico.

Mucho se agradece que no haya secuestros; no ocurre lo mismo con que no haya hijos. Cuando no se quieren los hijos no hay ni motivo para la aventura ni romance de ninguna clase. Como es lógico sería burdo atribuir esto a personas que han dedicado sus vidas a otros nobles ideales al servicio de los demás.

El problema es anterior. Citaré a Chesterton: “echar al correo una carta y casarse figuran entre las pocas cosas que nos quedan enteramente románticas, porque para ser enteramente romántico una cosa debe ser irrevocable”. En bastantes casos esta expresión no es que haya sido superada sino que no hay categoría humana para afrontarla: no se juega la vida a una carta. Lo que la cultura dominante actual no entiende es una vieja máxima que dice “el amor no pasa y si pasa no es amor”.

Es verdad que existen las tristezas de un matrimonio mal avenido, los problemas de un futuro parto y las rebeldías severas de un hijo adolescente desagradecido. Pero en todos estos casos usted y yo seguimos adelante con el guión de la película que nos ha tocado vivir. Ese “me ha tocado” es lo que le toca las narices a los que no soportan lo que este lenguaje significa.

Cuando se rompen muchos matrimonios por falta de generosidad, cuando se pierde la capacidad de jugarse toda la vida a cara y cruz, cambian las reglas del juego. Es más: ni siquiera hay juego ni ganas de jugar. Cada nuevo hijo es un reaseguro de la fidelidad, de algo que tristemente resulta inseguro. Por esto, la lógica de esta pretendida prudencia considera irresponsable traer “demasiados” hijos al mundo.

Más aún: cuando se sustituye el matrimonio por una convivencia afectiva sin compromisos nucleares se ha cambiado la mentalidad por completo. Lo que se pretende es ser sinceros, auténticos y, sin embargo, es precisamente de lo que se huye. Toda persona está llamada como tal a llegar más allá de sus posibilidades; pero eso sólo lo puede hacer amando, es decir: entregándose. Podrá ser engañada pero en su vida no hay engaño, como el que existe en la vida de los que jamás se arriesgan. Este salto de confianza, que nada tiene que ver con ingenuidades bobas, requiere de motivos, de bienes y de verdades que lo apoyen y justifiquen. Credenciales, signos de identidad que pueden respirarse en el ambiente social. Sin embargo una sociedad democrática se degenera cuando no hay valores comunes porque no hay nada que compartir salvo los intereses de grupos.

Existe una manera eficaz de reemprender el diálogo sobre la verdad y el bien: el propio ejemplo. Es probable que no salga en televisión…Quizás así será más sincero y, desde luego, más romántico. Aunque vendría muy bien que también lo vivieran –no digo que no lo hagan en conjunto- los profesionales de la televisión.

Cuando hay verdades comunes hay bienes y penas que compartir, hay familias románticas y realistas que dan frutos de fecundidad, de seguridad y buen humor.


José Ignacio Moreno Iturralde